Además, existen otros síntomas que tienen que ver más con la conducta o la emoción, y que son los que más suelen preocupar a las personas que conviven con la persona con el TCE leve:
Dificultades para regular las emociones
Lo que a su vez puede derivar ocasionalmente en alteraciones de conducta (agresividad, impulsividad, inquietud, llanto incontrolado, etc.).
Pérdida de la capacidad de empatía
De comprender e integrar las emociones de los demás. Como consecuencia, se produce una pérdida de interés por los demás y las cosas que les pasan (se vuelven “fríos” con los demás, egocéntricos)
Frecuentes despistes y olvidos cotidianos
A pesar de que luego su memoria funciona bien para otras cosas.
Síntomas de apatía
Abandono de sus actividades e intereses previos, desinterés generalizado, la familia tiene la sensación de que hay que tirar de la persona para todo.
En general, ineficacia
A la hora de llevar a cabo sus actividades cotidianas, con múltiples errores, fallos, despistes, y la sensación de mostrar una conducta desorganizada.
Los TCE moderados y severos resultan más evidentes y por lo tanto, lo habitual es que estén bien diagnosticados. Como en todas las formas de daño cerebral adquirido (DCA) las secuelas dependen de las áreas cerebrales que han sido dañadas y las que quedan preservadas. Como en el caso del ictus y otras formas de DCA (tumores cerebrales, hipoxia, encefalitis) el TCE puede producir síntomas físicos (motores o sensoriales), neuropsicológicos, alteraciones de comunicación, y como resultado, pérdida de autonomía o independencia funcional.
A nivel físico, se puede dar la pérdida de la movilidad de un mitad del cuerpo (hemicuerpo derecho o izquierdo) o la alteración de la movilidad de los miembros inferiores (piernas y pies), superiores (brazos y manos) o ambos (tetraparesia). En definitiva, la pérdida de la movilidad funcional y capacidad de la marcha. En formas más leves, la alteración sólo es del equilibrio o del patrón de marcha.
La persona puede presentar también alteraciones del lenguaje y capacidad para la comunicación, que pueden ir desde una dificultad o incapacidad para expresarse por “no encontrar” las palabras; hasta la incapacidad para comprender a otras personas y su entorno.
En otras ocasiones, se altera el habla, cómo pronuncian, por la alteración de la capacidad de movilidad fina de los músculos oro-faciales (de la boca, cara, que denominamos disartria), por lo que resulta difícil entenderles, y su habla es más torpe y lenta. Estas alteraciones pueden ir acompañadas de dificultades para el acto de comer y tragar los alimentos sólidos y líquidos, que se llama disfagia.
Las alteraciones neuropsicológicas mencionadas para los TCE leves también son comunes en los TCE más severos: dificultades con los procesos cognitivos (alteraciones de la atención-concentración, memoria, razonamiento abstracto, capacidad para resolver problemas) y dificultades para regular y gestionar la emoción y la conducta, incluida la conducta social (las relaciones con otros, especialmente las relaciones cercanas y emocionalmente más significativas).